Una historia de sicariato en el jet set

-La última película de Ridley Scott reconstruye con algunas licencias un crimen que conmocionó a Italia

Crímenes sin castigo | 28 de noviembre de 2021

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El día en que lo mataron, el 27 de marzo de 1995, Maurizio Gucci tomó un expreso, se acomodó el ruedo de sus pantalones y se trasladó en bicicleta hasta su oficina en Vía Palestro (Milán). Cuando apenas subía las escaleras para acceder al edificio desde donde despachaba un imperio de la moda venido a menos, un sujeto desconocido y medio barrigón lo llamó por su nombre. Con cuatro disparos, este sicario ultimó al heredero de la famosa marca. Los recuentos periodísticos señalan que el hombre utilizó un revólver para cumplir con el contrato. Pero Ridley Scott puso en sus manos una pistola con silenciador. Esta podría ser una de las múltiples licencias que se tomó el director británico en su última obra, La Casa Gucci, estrenada esta semana. Si nos dejamos llevar por el título, uno diría que el protagonista de esta historia es el actor Adam Driver, quien encarna precisamente al empresario-víctima. Pero en verdad el rol fundamental lo desempeña Stefani Angelina Germanotta, mejor conocida como Lady Gaga, escogida para este film quizá por su enorme parecido con Patrizia Reggiano, la esposa de Gucci, que en la vida real fue sentenciada por la autoría intelectual del asesinato. Y nada más. A Lady Gaga la conocíamos mejor por sus excentricidades en la música pop. Había ganado un Oscar, pero a la mejor canción (2019). Aquí, Scott puso sobre sus hombros la tarea de representar a la mujer-perdición, una ambiciosa desfachatada que se acercaba a las bibliotecas con el solo propósito de enganchar al heredero de la afamada marca, y apropiarse hasta sus últimos días del apellido sinónimo del jet set. Y, para que no reparáramos tanto en sus deslices, el director de Blade Runner y Gladiador la hizo acompañar por un costosísimo reparto: Jared Leto como Paolo Gucci, primo hermano de Maurizio; Al Pacino en el papel de su tío, Aldo Gucci; Jeremy Irons como Rodolfo Gucci, el papá; y Salma Hayek en el rol de adivina consultada por Reggiano. La Casa Gucci está llena de hipérboles, asumidas en función de mantener la atención del público a lo largo de una historia, de por sí exagerada, en la que se mezclan el amor y la codicia. Un episodio de sicariato que tarde o temprano terminaría en la pantalla grande.

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