Venezuela: la adaptación del hampa
En profundidad
@javiermayorca
Dentro de todo lo decepcionante que pudo ser el año recién finalizado, hay un dato que quizá contribuya a generar alguna esperanza: para el 31 de diciembre, el país contabilizaba 9050 homicidios.
Esta cifra, conocida extraoficialmente, incluye a las muertes ocasionadas por funcionarios policiales o militares, en episodios conocidos como “resistencia a la autoridad”. En países como Japón o Noruega, podría ser escandalosa. Aquí, representa una vuelta a los niveles que existían en 2002.
Ya el Observatorio Venezolano de la Violencia había notado el impacto que tuvo la prolongada cuarentena, implantada incluso antes de que se admitiese la llegada del primer caso de Covid-19 en el país. Tomemos en cuenta, por ejemplo, la cifra de muertes reportada en 2015 (27.875), y nos percataremos de que, a la vuelta de cinco años, hubo una reducción de aproximadamente 60%.
Es tiempo de buscar algunas explicaciones. Desde luego que la matanza sistemática de individuos con antecedentes ha tenido algún impacto. No solo los han eliminado físicamente, sino que muchos de los sobrevivientes buscaron refugio en otras latitudes, en lo que alguna vez fue denominado “efecto cucaracha”. También el éxodo masivo de venezolanos ha influido. Si atendemos a las cifras de Acnur, para 2021 habrá salido de Venezuela aproximadamente el 20% de la población reconocida en 2015.
La matanza sistemática y la diáspora son algunos factores a tomar en consideración para explicar la reducción de las muertes violentas. Pero no son los únicos.
Dice Emile Durkheim que el delito es una característica normal de la sociedad, algo “ligado a las condiciones fundamentales de toda vida social”. Por lo tanto, no podrá ser eliminado totalmente. Como sucede con la energía, solo se transforma, adquiere nuevos matices ante determinadas circunstancias. El problema está en disponer de las herramientas para conocer hacia dónde se orienta.
En el caso de la Venezuela de 2020, un factor crucial fue el confinamiento. La obligatoriedad de permanecer en las viviendas o en sus alrededores aminoró la frecuencia de los homicidios hasta llegar, en septiembre, a la cifra más baja, que fue de 355 víctimas. Simultáneamente, los cuerpos policiales y militares pudieron hacer más efectivo el control y la localización de sus objetivos. En el segundo trimestre del año, mataron a un promedio de 490 personas al mes, erigiéndose de esta forma en el actor violento más importante.
En el tercer trimestre del año pasado, el promedio de homicidios ocasionados por bandas, delincuentes solitarios, gente celosa y en fin actores civiles subió un poco y se equiparó con el de los cuerpos uniformados. En ambos “bandos”, la cifra fue de 362 promedio mensual.
Nuevamente, las explicaciones deben ser encontradas en una conjunción de factores. En septiembre, las policías y los componentes militares tuvieron un dramático descenso en su actividad letal. Esto coincide con la divulgación del informe del grupo de Determinación de Hechos de la ONU, que reveló la existencia de un patrón de violencia estimulada desde las más altas esferas gubernamentales, en lo que describió como “luz verde para matar”. El cese de estas prácticas sería una especie de desmentido silente, pero también una admisión de lo hecho.
Mientras tanto, del otro lado, la delincuencia comenzaba a adaptarse a los lapsos de “flexibilización”, aprovechando la mayor oportunidad para el delito que venía con el incremento en la circulación de personas. Con ello también se elevó el promedio de homicidios, hasta 385 víctimas mensuales.
Se debe recordar que el Ejecutivo aflojó la orden de confinamiento puesto que la economía venezolana se encontraba -y aún permanece- postrada, pero era necesario incrementar la actividad callejera, dar la sensación de cierta recuperación, con miras en la elección parlamentaria.
Una vez logrado el objetivo, Maduro ordenó la vuelta al tono que predominó hasta noviembre, y probablemente intentará mantenerlo así hasta que le convenga. Ya The Economist explicó cómo la pandemia ha servido para el reforzamiento de los regímenes autoritarios en todo el mundo.
Los delincuentes, sin embargo, entendieron que la cuarentena no necesariamente implica pérdidas, siempre y cuando fuesen capaces de “reconvertirse” y aprovecharla. Las formas que ha adoptado el delito en el país quizá no puedan ser medidas con precisión basados exclusivamente en estadísticas oficiales, que siempre son fragmentadas y construidas a conveniencia. Pero es muy probable que en estas circunstancias los más astutos lograrían mantenerse. Esto explicaría por qué las denuncias de fraudes y delitos asociados se incrementaron en más de 60% con respecto a 2019.
Lo mismo ha ocurrido con las extorsiones. Para amedrentar a una persona, no es necesario salir de la casa, o de la cárcel. El “distanciamiento social” puede conservarse, y aun así la amenaza llega, ya sea en la forma de un mensaje de WhatsApp, el estallido de una granada en la fachada de la casa o del negocio, o tiros de fusil. Por eso, en un contexto de reducción general de los homicidios, la extorsión (y su delito primo hermano, la concusión) aumentó en 90%. Sobre este punto, se profundizará en una entrega posterior.
En condiciones de normalidad, las estafas y las extorsiones raras veces son denunciados. En pandemia, las víctimas cuentan con el pretexto ideal para no acudir a las autoridades. Mucho menos las venezolanas, que inspiran la menor confianza en toda Latinoamérica, según la encuesta Gallup sobre Ley y Orden. Por lo tanto, el enorme crecimiento en las denuncias sobre estas actividades resulta altamente significativo.
Quizá es muy temprano para trazar una conclusión definitiva sobre este tema. No obstante, los datos puestos sobre la mesa sugieren que el delito en general no disminuyó su frecuencia. Algunas manifestaciones particulares, como el homicidio y cierto tipo de lesiones, tuvieron mermas momentáneas. Mientras tanto, otras actividades ilegales han ido en pleno crecimiento, en las sombras y ajenas a todo escrutinio oficial.
¿Cómo pasaron los presos políticos las festividades de navidad y año nuevo? Una consulta a fuentes con acceso al Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin) y a la Dirección de Contrainteligencia Militar (Dgcim) indica que el régimen dispensó un trato diferenciado a los 350 detenidos por razones de conciencia (cifra del Foro Penal). La situación fue más evidente en los calabozos del Helicoide. Allí permanecen aproximadamente 150 personas. En la Nochebuena, las puertas se abrieron para que los detenidos confraternizaran entre ellos. Hubo reuniones en celdas y pasillos, excepto para los implicados en la Operación Gedeón (60). A los militares estadounidenses de la contratista Silvercorp, Franklin Durán, Baduel hijo y los demás los pusieron a “comer candado”, expresión usada allí para aquellos obligados a permanecer tras las rejas, día y noche. Era orden superior. No hubo conflicto con los custodios, que además son funcionarios recién llegados. En la Dgcim Boleíta la cosa fue distinta. De las concesiones hechas a propósito de la visita de la comisión Bachelet solo queda el derecho a hacer llamadas de cinco minutos, una vez a la semana. Cada quince días, los detenidos son llevados a un patio interno para que tomen sol. “Durante la actividad, que tiene duración de 30 minutos, los presos son obligados a participar en un video, que realizan los custodios para dejar constancia de los ‘minutos de esparcimiento’. Los presos deben llevar dos o tres franelas diferentes, para ser grabados el mismo día, simulando que se trata de fechas distintas”, reveló un oficial con acceso a esa instalación. Para colmo, en las festividades navideñas llevaron a un cura a oficiar misas con alto contenido político. “Durante la homilía, el sacerdote llamó la atención de los presos, y los invitó a reflexionar en torno a los ‘errores y pecados’ cometidos en contra del Gobierno”, recordó. Aquellos que alzaron su voz ante el religioso fueron castigados.
CÁRCELES DE MUERTE
Durante 2020 la violencia no cesó en las cárceles y retenes policiales del país, a pesar del interés gubernamental por invisibilizarla. Esto queda en evidencia cuando se intenta buscar un registro oficial sobre el saldo final de la masacre en el Centro Penitenciario de los Llanos (Cepella), en Portuguesa. De ello, solamente hay una información emitida el 4 de mayo por la ONG Observatorio Venezolano de Prisiones, en la voz de Carolina Girón, según la cual hubo 47 fallecidos y 75 heridos. Se desconoce si alguno de los lesionados murió con posterioridad. Mientras tanto, las cifras del régimen conocidas extraoficialmente solo admiten 108 decesos en 84 incidentes. Esto da un total de 155 víctimas. Pero esta cifra solo da una noción parcial, puesto que no precisa cuántos cadáveres quedaron en las calles del país, a propósito de la aplicación de la famosa “ley de fuga”. En marzo, por ejemplo, el comandante de la Región Estratégica de Defensa Integral Occidente (Redi Occidente), mayor general Ovidio Delgado, informó sobre las muertes de 35 sujetos que habían escapado de la cárcel de San Carlos del Zulia. Así hubo casos en Falcón, Guárico, Miranda y otros estados. En 2020, según los datos extraoficiales, murieron presos en instalaciones de 19 estados. Pero el más violento de todos fue Aragua, donde ocurrieron 37 episodios en los internados de Tocorón, Alayón y en el retén de la policía municipal de Zamora. Todas estas muertes fueron ocasionadas por el uso de armas de fuego.
EL PEAJE UNIFORMADO
Una cosa es leer las denuncias sobre la extorsión desatada por parte de los funcionarios policiales o militares en las carreteras del país, y otra distinta cuando se conoce directamente a la persona que ha sido víctima de estas prácticas. Vivió esta experiencia en los primeros días de enero, cuando regresaba en transporte colectivo luego de pasar las navidades en un estado andino: “Nos pararon en Buena Vista, La Pastora, en un puesto de la PNB cuando tomas la Lara-Zulia, en Tintorero, en El Cardenalito, Morón, Valencia, Maracay, y en todos los sitios escuchaba a los camioneteros que si querían pasar rápido tenían que darles entre diez y veinte dólares. Si no, perderían horas mientras revisaban a los pasajeros y sus maletas. Los camioneteros pagaron como en dos alcabalas, pero luego nos dijeron que los ayudáramos a pagar, o si no tendrían que bajarse y perder horas para que nos revisaran. Y esto fue lo que decidió la mayoría. En la entrada de Tazón, el guardia le dijo a un camionetero mientras nos revisaban, a las 4 am, que tendrían que pagar entre diez y quince dólares para que los dejaran pasar. Si no, quedarían hasta las 9 am (…)”.
Esto se puede responder dependiendo del nivel en que nos ubiquemos. En lo internacional, estos pronunciamientos de diferentes instancias de la ONU, la OEA y otros organismos han tenido impacto significativo. Hicieron que muchas naciones que eran amistosas o veían con simpatía al gobierno venezolano hoy sean más prudentes en sus relaciones con el poder en Venezuela, dado que los señalamientos sobre la comisión de crímenes de lesa humanidad, o la política de violación sistemática de DDHH deslegitiman al régimen de Nicolás Maduro. Esto se ve en la actitud del poder en Venezuela hacia esta situación internacional. Han invertido muchos recursos para defenderse de estas acusaciones. Sabemos de varios viajes que diferentes representantes del Estado han hecho a La Haya para entrevistarse con la fiscal ante la Corte Penal Internacional, de las gestiones que existen para brindar una versión distinta sobre las violaciones a DDHH en Venezuela y que esta campaña internacional obedece a una necesidad del poder en Venezuela en cuanto a manejar sus relaciones de forma tal que no se deslegitime. En lo nacional, sin embargo, el impacto de estas decisiones ha sido muy bajo. No ha cesado la represión por motivos políticos, las violaciones graves a DDHH. Hubo un momento, antes del evento electoral de diciembre, en el que parecían estar más dispuestos a ceder, a hacer concesiones en cuanto a las encarcelaciones arbitrarias por motivos políticos. Sin embargo, una vez logrado el objetivo electoral del 6D eso pasó al olvido, y algunas excarcelaciones que se proyectaban para diciembre no se dieron. Esto quiere decir que en el nivel interno los pronunciamientos de los organismos internacionales tienen muy poco peso.
2.-Según las cifras del Foro Penal, 2020 finalizó con unos 350 presos por razones de conciencia en el país ¿Eso refleja alguna tendencia en cuanto a la represión política?
Los números con los que cerramos 2020, y que continúan en los primeros días de 2021 confirman lo contestado anteriormente. El promedio de personas detenidas arbitrariamente en el país no varió significativamente en todo 2020. La represión política va a continuar. No pareciera haber intención de modificarla en 2021. Por el contrario, el discurso oficial ha sido poco conciliador, criminalizante, muy peligroso y ganado a la idea de continuar la persecución a personas por el simple hecho de estar opuestas al poder y de pensar distinto. Los métodos de torturas, tratos crueles, inhumanos y degradantes que se vieron en 2020 pareciera ser que van a continuar. Nada indica lo contrario, y esto es muy preocupante. Sumado a esto hay una clara arremetida contra los defensores de DDHH y las ONGs. Desde el poder buscan limitarlas en sus actividades. Esto indica que al poder no le interesa que haya un monitoreo sobre cómo se comporta en materia de DDHH.
3.-¿Qué podemos esperar en 2021 en cuanto a DDHH, una vez que el Poder Legislativo ha pasado nuevamente al control del PSUV?
Es difícil predecirlo. Pero si nos guiamos por las expresiones, frases y discurso del poder desde que el PSUV retomó la AN, pareciera que el panorama no es auspicioso. Lejos de intentar una estrategia de conciliación y reconocimiento de los errores, pareciera consolidarse una de criminalización y represión por motivos políticos, y disminución o neutralización de cualquier factor que incomode al poder. Esto pareciera ser lo que se avecina.
El viaje de Toby Muse comienza en las tierras del Catatumbo colombiano, donde una tropa de venezolanos acude por lo menos tres veces por año para la cosecha de la coca. Algunos de ellos no piensan volver en el futuro inmediato. Son parte de la “diáspora”, que se quedó a sobrevivir a pocos kilómetros de la frontera. Otros regresarán. Todos enviarán algo de sus ganancias a las familias que han dejado en el país.