Bandas que se comen la luz

-En 2021 se hizo inestable el relacionamiento del régimen con ciertos grupos delictivos. Los últimos eventos indican que, cuando los líderes de las megabandas sobrepasan ciertos límites, padecerán las consecuencias

Crímenes sin castigo | 12 de diciembre de 2021

En profundidad

@javiermayorca

Desde el fin de semana, la vía hacia oriente es un trayecto un poco menos inseguro.
En una operación nocturna, agentes de la Brigada de Acciones Especiales de la policía judicial se infiltraron en el caserío Las Delicias de San José de Barlovento, y mataron a Esteban Eduardo Quintana, líder de la megabanda que se había adueñado de todo ese sector cuando el propio Gobierno implantó allí una “zona de paz”, en 2013.
Junto a Quintana, también conocido como Eduardo Delicias, fue ultimado uno de sus lugartenientes Johan Iriza. La versión aportada por el director de Cicpc, comisario Douglas Rico, indica que ambos fueron “neutralizados” cuando iban en una moto, tratando de abrirse paso a tiros para escapar de lo que hasta ese momento fue su centro de operaciones.
Las Delicias era un pueblito por el que nadie quería pasar. En Rio Chico, los policías y guardias nacionales recomendaban a los conductores que no se aventuraran por esa carretera, que también llevaba a Cumbo y desembocaba en la Troncal 9. Incluso, luego de las 4 pm era difícil encontrar un transporte colectivo que recorriera ese tramo. Más seguro era tomar la vía hacia El Guapo.
La banda de Las Delicias operó con relativa impunidad durante ocho años. A los que se oponían a su reinado los descuartizaban. Las partes de los cadáveres eran quemadas y abandonadas en las vías de entrada a ese caserío, y también en Cumbo. En mayo, dos activistas sociales que participaban en la distribución del Clap, Glendy Castillo y Yanir Burguillos, fueron desmembradas. Sus restos fueron dispersos por toda la zona.
A pesar de la conmoción que suscitó este crimen, el grupo de Quintana continuó operando con impunidad. Hasta que, el 5 de octubre, mataron al jefe de la delegación municipal de Cicpc Caucagua, comisario Eduardo Henríquez, y al jefe de investigaciones de la misma dependencia, inspector jefe Joel Amador (ambos ascendidos post mortem).
En las informaciones que divulgó por su cuenta Instagram sobre este procedimiento, Rico no recordó la matanza de las mujeres. Solo lo ocurrido en octubre con los funcionarios.
“Cuando un grupo atenta contra miembros de cierta importancia en el Gobierno, lo van a buscar. Pero, cuando es contra la ciudadanía común, tendrá más libertad”, indicó el criminólogo Luis Izquiel.
El régimen mantiene una táctica de selectividad en su relación con los grupos criminales. Hay bandas que disponen de amplio margen de maniobra. Por ejemplo, en octubre de 2017 dos agentes de la policía judicial fueron heridos por gariteros de Tocorón, un internado judicial que domina el Tren de Aragua. Los antisociales salieron de la cárcel y quemaron la patrulla que fue abandonada por los funcionarios en la vía que pasa frente al penal. No les importó que la entonces ministra de Servicio Penitenciario Maria Iris Varela había amenazado con instaurar su “régimen” en esa instalación. Al final, se salieron con la suya.
“Las cárceles en las que los prames trabajan con las autoridades no las tocan. Pero cuando se rebelan las descuadran, las vacían y luego las retoman”, sentenció Humberto Prado, un experto en temas penitenciarios que actualmente se desempeña como comisionado de Juan Guaidó para asuntos de Derechos Humanos.
Según este abogado, además de Tocorón hay otros tres penales que se han mantenido al margen del llamado “nuevo régimen penitenciario”: Tocuyito (Carabobo), Vista Hermosa (Bolívar) y Puente Ayala (Anzoátegui). Entre todos aglutinan a casi 16 mil presos. Sostuvo que desde allí irradia todo tipo de actividad criminal.
Prado indicó que, en foros internacionales, los representantes del régimen han tratado de justificar la inacción frente a las situaciones que se generan en esas instalaciones.
“Dicen que es un desafío recobrar la autoridad en esas cárceles. Un desafío que, por cierto, viene desde la gestión de Tareck el Aissami en el ministerio de Relaciones Interiores”, dijo.

Pactos rotos

En 2021, los cuerpos de seguridad desplegaron importantes operaciones contra megabandas que, hasta ese momento, parecían intocables. En julio, pusieron en desbandada al grupo liderado por Carlos Luis Revette.
Coki escapó, presumiblemente a Colombia, junto a sus principales lugartenientes, Garbis Ochoa y Carlos Alfredo Calderón. Esta acción estuvo precedida de numerosos enfrentamientos, con agentes policiales y con miembros de bandas rivales, que ocasionaron la muerte de por lo menos siete transeúntes o conductores, e impactaron negativamente la vida de los habitantes de cinco parroquias de la capital.
El 9 de noviembre, grupos élite de Cicpc y la PNB se desplazaron a San Juan de las Galdonas, una remota población del estado Sucre. Al finalizar esa jornada, once cadáveres eran trasladados a la morgue de Carúpano. Aunque no están plenamente identificados en las minutas, serían integrantes de una célula del llamado Tren del Llano comandada hasta ese momento por Gilberto Malony Hernández, uno de los ultimados.
Estas acciones no responden a un cambio general de estrategia en materia de seguridad ciudadana. Según Izquiel, en el caso de Revette, la creciente y prolongada conflictividad generada por las disputas en zonas como La Vega y El Valle hizo que el líder de la banda de la Cota 905 perdiera el apoyo del que gozaba en sectores del alto gobierno. Esa imagen de caos en el centro del Poder Ejecutivo no convenía.
“Cuando una banda se come la luz y atenta contra los intereses del poder va a tener problemas”, advirtió.
Lo de Malony, en cambio, es más confuso, puesto que nada parecía justificar una acción tan avasallante en contra de una organización que ni siquiera figuraba entre las más peligrosas del estado Sucre. Malony, como se recordará, desarrolló la mayor parte de su carrera criminal en el estado Guárico, a la sombra de José Tovar Colina, el Picure, y tenía poco tiempo en las costas orientales. Según el autor de Revolución de la Muerte, en este caso el grupo tuvo que afectar intereses de personas muy importantes, al intentar controlar un punto de salida de drogas hacia el Caribe.
Al sacar del juego a Malony, los cuerpos policiales dejaron el terreno abierto para que esas playas sean retomadas por la banda de Zacarías, o incluso el propio Tren de Aragua. Esta es, por cierto, una dinámica muy parecida a la que se ve en México.

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